A lo largo del tiempo la evaluación ha sido vista como un sistema de medición que condena y estigmatiza los procesos académicos, cuando estos, en realidad no responden a un orden lógico, porque corresponden en algunos casos a una educación bancaría, carente de ética que no garantiza calidad, por ejemplo, cierta institución educativa que compra las pruebas externas y condiciona a su estudiantado bajo un modelo prefabricado, coaccionando el desarrollo del estudiante, quien no puede potencializar sus habilidades y convertirlas en competencias, genera resultados exitosos en pruebas estandarizadas externas, dentro de una realidad ficticia, que limita la explotación de campos emocionales, artísticos u otros intereses de los estudiantes.
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